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La ansiedad
25 feb 2013
Psicologí­a, Ansiedad
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La Ansiedad: ¿Por qué es tan desagradable de sufrir?

El artículo que a continuación les presento, tiene como objetivo que toda persona que pueda leerlo, pueda entender mucho mejor qué es la ansiedad, cómo se origina y principalmente pueda saber que sin duda puede vivir sin ansiedad.

¿Qué es la ansiedad?

En primer lugar, decir que la ansiedad es una respuesta que tiene como objetivo protegernos y por tanto ayudarnos.

Es curioso y contradictorio como algo que “nuestro cerebro” envía para nuestro bien, pueda llegar a provocar tantísimo sufrimiento. Todo este sufrimiento está ligado a padecer taquicardias, dificultad para respirar, tensión muscular, mareos, pensamientos catastróficos y sensaciones corporales como nauseas o angustia. Padecer estos síntomas implica mucho malestar para las personas. Antes de nada, conozcamos cómo funciona nuestro cerebro, y cuál es una de las partes responsables en la respuesta de ansiedad.

¿Cómo funciona nuestro cerebro?

En nuestro cerebro tenemos dos estructuras que se ocupan de nuestro sistema de emergencia: son la amígdala y el hipocampo. La amígdala constituye una especie de servicio de vigilancia dispuesto a alertarnos de cualquier señal de peligro. Una de las funciones de la amígdala consiste en estar pendiente de a través de las percepciones que la persona hace de la realidad, buscar alguna clase de amenaza. Afronta toda situación, toda percepción, considerando una sola cuestión, la más primitiva de todas:

«¿Qué me puede herir? ¿Qué temo?»

En el caso de que la respuesta a esta pregunta sea afirmativa, la amígdala reaccionará al momento poniendo en funcionamiento todos sus recursos neurales y mandando un mensaje urgente a todas las regiones del cerebro: disparando la secreción de las hormonas corporales que predisponen a la lucha o a la huida, activando los centros del movimiento y estimulando el sistema cardiovascular, los músculos y las vísceras.

Por tanto la amígdala es la encargada de registrar el clima emocional que acompaña a todo lo que nos pasa.

Uno de los inconvenientes de este sistema de alarma neuronal es que, con más frecuencia de la deseable, el mensaje de urgencia mandado por la amígdala suele ser erróneo. Esto sucede porque en el conjunto de creencias de las personas, más o menos conscientes, hay algunos esquemas que se basan en: “no seré capaz” o “es peligroso”.

Bajo estos esquemas el cerebro interpreta el mundo, y cuando dichos esquemas dominan mi visión de la vida, la amígdala se dispara de manera automática para generar una serie de síntomas que tienen como objetivo defendernos de un peligro que no conoce si es objetivo o subjetivo.

La amígdala solo sabe, que la persona se siente de alguna manera en peligro o percibe algún tipo de amenaza, pudiendo ser un peligro o amenaza relacionada con lo social o psicológico o con lo físico.

A continuación vamos a ver en qué dos tipos de situaciones, nuestra amígdala podrá dar una señal de alarma:

Respuestas de Estrés ante Situaciones Objetivamente Peligrosas:

Son situaciones en las que el 99% de las personas darían una respuesta muy parecida.
Por ejemplo ante situaciones como ser atracado o tener que huir de un edificio en llamas. El 99% de las personas darían una misma respuesta en las que habrá una mayor tasa cardíaca, una mayor frecuencia respiratoria o más tensión muscular destinadas a ponernos a salvo.

Respuesta de Ansiedad ante situaciones Subjetivamente Peligrosas:

Esto quiere decir que la persona reaccionaría de manera muy particular en función de su interpretación de la realidad.
Por ejemplo, algunas personas vivirían con ansiedad hablar en público, o vivirían con ansiedad tener relaciones íntimas, o sentirían ansiedad al salir a la calle o estando en una reunión comiendo con otras personas. Y vivir con ansiedad estas situaciones significa sentir que de alguna manera “no seré capaz” o “estoy en peligro”. Dicho esto, aquellas personas que lo vivan con temor, provocaran una reacción corporal basada en una mayor tasa cardíaca, una mayor frecuencia respiratoria o más tensión muscular, que tiene como objetivo proteger a la persona de aquella situación que implica una amenaza.

Veamos algún ejemplo para entender lo expuesto hasta aquí:

Un mono ha bajado a tierra en busca de semillas.
De repente, a pocos pasos, escondido entre la maleza aparece un tigre.
Enseguida el mono se da cuenta del peligro de la situación y de la amenaza que supone para su propia vida.
Ha de actuar con máxima rapidez y eficacia. Esto implica una fuerte respuesta física, ya que ha de preparar al organismo para proteger su vida.
Para ello debe facilitar la máxima activación de los sistemas a utilizar para la posible respuesta de afrontamiento ( máximo riego sanguíneo, por lo que es necesario mayor tasa cardiaca, mayor cantidad de oxígeno, por lo que es necesario aumentar la frecuencia de la respiración, mayor tono muscular, por lo que es necesario tensionar los músculos.....), a la vez que se bloquean todos los recursos utilizados en tareas que no le resultan útiles para resolver este problema vital ( digestión, salivación, riego sanguíneo de la piel para que esté más tersa, excitación sexual....).
Afortunadamente para el mono, la evolución de su especie le ha dotado de una respuesta de emergencia especial para estas situaciones, la respuesta de estrés, gracias a la cual puede poner en marcha una reacción inmediata ante la percepción de una situación de amenaza o reto.
Aquí hablamos de estrés, porque había un peligro objetivo para la supervivencia física de dicho mono.

Cambiemos ahora algunos aspectos secundarios de la situación.

Ahora el mono es un joven ejecutivo de 28 años, Jorge R, y el tigre es un atracador escondido en un portal a escasos metros.
La reacción de Jorge R cuando percibe al atracador es parecida a la del mono: activa su respuesta de estrés; mayor frecuencia e intensidad del latido del corazón, mayor tasa de respiración, mayor tensión muscular….
Todo aquello que el cuerpo genera para intentar ayudar a Jorge a sobrevivir.
Volvemos a hablar de respuesta de estrés, porque casi todas las personas vivirían un atraco como una situación objetivamente peligrosa.
Igualmente, se puede sustituir al mono por María, directora de una agencia bancaria, y al tigre por Ceferino, el jefe de María, que de vez en cuando le insinúa que hay que rendir al máximo nivel para conservar el puesto de trabajo y para ello debe hablar en público todos los viernes ante todos sus compañeros.
Desde hace algún tiempo, la presencia de Ceferino, o su voz por teléfono, o su nombre en el remite de un sobre, y quizá porque no, su olor, e incluso la idea de que pueda perder su puesto de trabajo sino realiza bien sus exposiciones de los viernes, hace que María se sienta amenazada muchas veces al mes.
Es más ahora, María no da esa respuesta solo ante su jefe inmediato, sino ante cualquier compañero o cliente que crea que la está evaluando.
Aquí hablaríamos de Respuesta de Ansiedad, porque no todas las personas sentirían miedo a hablar en público y por tanto sería un miedo subjetivo.

En resumen, la respuesta de estrés/ansiedad es una respuesta muy útil y necesaria para las personas y una gran ayuda para solucionar situaciones de amenaza esporádica. Es tan importante que se trasmite evolutivamente mediante la genética. El problema es que en nuestra sociedad actual estas respuestas se ponen en marcha con una alta frecuencia y durante mucho tiempo, debido al cambio de las situaciones de amenaza, que hoy en día ya no son tanto físicas sino sociales o psicológicas. Es decir, ahora no está en peligro nuestra vida físicamente, pero si aspectos psicológicos y sociales.

Entonces, ¿Por qué yo vivo con tanta ansiedad?

Para ello, y después de todo lo leído, sería importante tener claras dos ideas: Tenemos un sistema en nuestro hemisferio derecho, siendo este el hemisferio donde se almacenan todas mis emociones, denominado amígdala. Dichos sistema se activará siempre que interpretemos una situación como potencialmente peligrosa.

De dicha activación se deriva toda la secuencia de respuestas físicas que tanto malestar nos causan, como son el aumento de la tasa cardiaca o el aumento de la respiración.

Por tanto, comenzamos a llegar a una de las claves de la ansiedad y en consecuencia de su sanación, que es: ¿Con cuánta probabilidad mi amígdala me dará una señal de alamar?
Las personas que sufren ansiedad de manera constante, tienen una amígdala hipersensible, que constantemente se activa debido a la percepción de peligro que siente la persona en aquello que está realizando.
Y hay que recordar que se puede vivir como amenazante todo tipo de situaciones, desde salir a la calle hasta tomar un café con un amigo, y todo dependerá de cuanto de capaz me sienta yo para hacer algo y por tanto cuantos mensajes de peligro mande a mi amígdala. Cada vez que mande un mensaje de temor o amenaza a mi sistema emocional, reaccionará de la misma manera si el temor se deriva de hablar en público o de estar encerrado en una jaula con leones. Recuerden siempre que la amígdala no distingue y solo obedece a la señal de alarma.

¿Qué acontecimientos pueden activar mi amígdala? O ¿Qué acontecimientos pueden ser vividos por mí como peligroso?

Hay dos tipos de acontecimientos que pudieran activar la amígdala de una persona:
En primer lugar decir que los miedos actuales, en su gran mayoría ya no son miedos o temores asociados a peligros físicos, sino que serán miedos asociados a lo social o lo psicológico. Dichos miedos pueden estar relacionados con responder a estas preguntas: ¿Seré capaz?, ¿Estaré a la altura?, ¿Haré el ridículo?, ¿Me quedaré solo?, ¿Si lo hago, me regañaran o castigarán?, ¿Se darán cuenta de todos mis defectos?. Cuando al contestar a estas preguntas, encontramos una respuesta de incapacidad o de consecuencias negativas, entonces, llegará la respuesta de ansiedad. Y recuerden, la respuesta de ansiedad solo vienen porque le hemos informado que estamos en “peligro”, y la amígdala no sabe ni discrimina entre el peligro que implica salir de un edificio en llamas o el peligro subjetivo de hablar en público. Con una enorme diferencia. Cuando nuestro organismo genera todo el conjunto de respuesta físicas ante un peligro objetivo, dicha respuesta es consumida por el ambiente. Es decir, al tener que salir de un edificio en llamas, la mayor generación de sangre u oxigeno en los músculos será consumidas por el esfuerzo físico.

Sin embargo cuando se da la respuesta ante un peligro subjetivo, todos los recursos que se ponen en marcha no son consumidos. El aumento de tasa cardiaca o el aumento de la respiración están desajustados a la conducta de la persona que se mantiene inmóvil mientras habla en público. Esta circunstancia es una de las que más asustan a las personas. Esto es porque está produciendo una respuesta a la que no puede dar salida y por tanto se ve obligado a permanecer en contacto con la aceleración cardiaca, la aceleración de la respiración o con la angustia. Todo esto vuelve a ser vivido como “amenazante por la persona”, lo que implica otra descarga de la amígdala con más intensidad en la taquicardia o en la respiración. Y bajo este círculo vicioso, se dan los conocidos “ataques de pánico”. El temor a sufrir un nuevo ataque de pánico, hará que nuestra amígdala esté hipersensible, y la única consecuencia de esto es que la probabilidad de sufrir un nuevo ataque de pánico aumente.

En segundo lugar también es posible que en un momento determinada hayamos estado en una situación de verdadero peligro y por tanto haya miedos relacionados con situaciones concretas. Sin embargo, también aquí, a veces la amígdala es incapaz de discriminar entre pasado, presente y futuro. Para ello os pondré un ejemplo:

¿Por qué la amígdala no corrige su memoria y sigue activándose en situaciones que ya no son peligrosas?

Imagina que un día, andando por la calle se acerca un perro, te ladra y comienza a morderte.
La amígdala, evidentemente, se habrá activado, habrá puesto en marcha su sistema de alarma (sudoración, taquicardia, etc.) para que te puedas defender y, finalmente, consigues deshacerte del perro.
La amígdala ha detectado esa situación como peligrosa (¡menos mal!).
Mientras, y de manera algo más lenta, el hipocampo ha ido analizando y grabando en tu memoria la situación: la calle por la que ibas, la raza del perro, el color del jersey del dueño...

A los pocos días, al ir andando por esa misma calle, ves de lejos un perro.
A ti, que nunca te han dado miedo los perros, te empiezan a sudar las manos, el corazón se acelera...
La amígdala, acordándose de lo sucedido, ha decidido poner en marcha el sistema de alarma para que no vuelva a ocurrir.
Tú, al notar esta incomodidad decides tomar la primera calle a la izquierda. En cuanto giras, tu cuerpo se tranquiliza.
Pasadas unas semanas, yendo por un parque comienza de nuevo la taquicardia, el nudo en el estómago y la dificultad para respirar al ver bastante lejos a un perro.
Decides salir del parque y tu cuerpo vuelve a la normalidad.
 

¿Qué está pasando? Por un lado, la amígdala está cumpliendo su función de "avisarte" cuando considera que algo es peligroso.
Pero, ¿son realmente peligrosas estas dos últimas situaciones?
Como puedes observar, las situaciones que generan ansiedad (activan la amígdala) son cada vez más dispares. Comenzamos por sentir ansiedad ante un perro en la misma calle y después ante un perro en el parque... Es lo que se llama "Generalización". Cada vez más situaciones generarán ansiedad y cada vez esa ansiedad será mayor. En realidad, la amígdala está ejerciendo su función, ya que en su memoria se ha quedado grabado que los perros son peligrosos. Después, que esa calle es peligrosa. También los parques e, incluso, ¡el color del jersey del dueño del perro que me mordió por primera vez! Teniendo esto grabado, se activará cada vez que detecte cualquiera de estas señales.

Constantemente estamos confirmándole a la amígdala que estas situaciones son peligrosas. ¿Te imaginas cómo? Saliendo de la situación cada vez que se activa el sistema de alarma. Al salir y quedarnos más tranquilos, el mensaje que recibe la amígdala es: "Bien, he cumplido mi función, eso era peligroso pues se ha tranquilizado en cuanto se ha alejado". Y graba estos nuevos datos en su memoria.

¿Podré vivir sin Ansiedad algún día?

La respuesta es rotundamente si.

Claro que se puede vivir sin ansiedad, a pesar del tiempo que hayamos compartido nuestra vida con dicha sensación desagradable. Y la respuesta es SI, incluyendo que también podré vivir sin tomar ningún tipo de ansiolítico para no sentir la tantas veces mencionada ansiedad.

El trabajo realizado en sesión, mediante psicoterapia, se basa en técnicas de reprocesamiento cerebral que tienen como objetivo ayudar a la amígdala a ser un sistema ajustado y óptimo. Por poner un ejemplo, es como si tuviéramos que ajustar la alarma de nuestra casa, la cual en estos momentos salta no solo cuando hay ladrones, sino también cuando el viento sopla un poquito más fuerte de lo normal. Además si algún día entran ladrones, queremos que nos informe ese día y solo ese día, porque quizá los ladrones ya jamás vuelvan a nuestra casa.

El objetivo del reprocesamiento cerebral es ayudar a las personas en dos situaciones:

  • Ayudarlas a modificar todas aquellas situaciones de la vida, en las cuales algún día sintieron o les hicieron sentir que no podrían conseguir sus objetivos, que sería humillante fallar o que de manera general, el mundo era un lugar peligroso del cual no podíamos fiarnos. Básicamente trabajaremos para ayudar a la persona a mejorar todo lo relacionado con la autoestima y con la percepción de sus recursos, para cuando tenga que vivir su vida, lo haga como un reto que puede conseguir y no como una amenaza que solo tiene implicaciones negativas.
  • Ayudarlas a modificar todas aquellas vivencias que han quedado almacenadas en nuestro cerebro como peligrosas, para que en el presente nuestro cerebro pueda dar una respuesta distinta a la que dio aquel día, y por tanto, podamos vivir con tranquilidad la vida que deseamos.

Soy Luis Fernando Rivas. Psicólogo.
Si lo deseas, puedo ayudarte.
681 333 452
Consulta: C/ Olivo 18, 1º D - Ciudad Real

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